Las ilusiones sonoras: explorando el arte de la percepción auditiva
- Juanma de Casas

- 19 oct
- 2 Min. de lectura

El oído humano es un órgano fascinante, pero también tremendamente tramposo. Aunque creamos que escuchamos la realidad tal como es, muchas veces nuestro cerebro nos juega trucos auditivos dignos de un ilusionista. Bienvenidos al mundo de las ilusiones sonoras, donde la percepción y la física se cruzan para confundirnos de manera deliciosa.
Un ejemplo clásico es la escala de Shepard, una secuencia de notas que parece subir o bajar eternamente, como una escalera de Penrose musical. Compositores como Jean-Claude Risset la usaron para crear sensación de ascenso infinito, y bandas como Pink Floyd la aplicaron en “Echoes” para generar tensión sin fin. Es un efecto que demuestra cómo la percepción puede ser manipulada con creatividad.
Otra ilusión recurrente en la música es el falso estéreo o panoramización engañosa. En los años 60 y 70, discos de The Beatles y The Beach Boys usaban pistas duplicadas con ligeros delays para que un instrumento o una voz parecieran moverse dentro del panorama. El resultado: sensación de amplitud y movimiento sin que haya nada físicamente desplazándose.
También encontramos efectos de phasing y flanging, que crean la impresión de que el sonido gira o se desplaza alrededor de nuestra cabeza. Un ejemplo famoso es “On the Run” de Pink Floyd, donde los efectos de fase generan una atmósfera envolvente y casi sobrenatural.
No menos fascinante es el uso de inversión de sonido, como en “Tomorrow Never Knows” de The Beatles, que hace que ciertos elementos parezcan retroceder o anticipar el ritmo, aunque solo se trate de reproducirlos al revés. Y para los amantes de la electrónica, compositores como Aphex Twin o Boards of Canada juegan con tonos microtonales que el cerebro no puede clasificar fácilmente, generando una sensación de deslizamiento o vibración “imposible”.
Más allá de la diversión, estas ilusiones sonoras son herramientas valiosas para la ciencia y la música: permiten estudiar cómo localizamos sonidos, procesamos armónicos y cómo nuestra mente completa lo que no está allí. Al final, escuchar no siempre significa entender, y parte del arte de la música reside en jugar con la mente tanto como con los instrumentos.
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