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El búho, localizador de sonidos

  • Foto del escritor: Juanma de Casas
    Juanma de Casas
  • 10 nov
  • 2 Min. de lectura
Búho con cascos

Escucha bien… y, sobre todo, escucha de dónde. Con permiso del murciélago, no hay otro animal en el medio aéreo —en nuestro rango de frecuencias— que perciba y ubique la procedencia de los sonidos con tanta precisión. Es el ingeniero de sonido perfecto para la mezcla tridimensional: trabaja en completa oscuridad y jamás se confunde de fuente. A diferencia de los murciélagos, que juegan con ultrasonidos por encima de los 20 kHz, el búho opera entre 200 Hz y 12 kHz, sí, menos rango que el nuestro. Eso sí, dentro de esa franja, su oído es tan sensible que puede detectar diferencias de tiempo interaurales (ITD) de apenas 20 microsegundos y variaciones de nivel (ILD) inferiores a 1 dB. En otras palabras, distingue si un ratón cruje una hoja un milímetro más a la izquierda o medio centímetro más arriba.


Su secreto está en el diseño. A simple vista, su cara parece perfectamente simétrica, pero es un espejismo. Sus orejas no están al mismo nivel. Una se sitúa más alta que la otra, lo que le permite percibir no solo la dirección horizontal del sonido, sino también su altura. Esa asimetría auricular —que cualquier fabricante de auriculares corregiría de inmediato— es precisamente lo que le da ventaja. La oreja superior recibe antes los sonidos que vienen de arriba, la inferior los de abajo, y su cerebro integra ambas señales para generar una imagen sonora tridimensional del entorno.


A esto se suma su disco facial, una estructura de plumas dispuestas en forma de parábola que actúa como un reflector acústico natural. Su función es similar a la de una antena parabólica o un micro de cañón: concentrar y dirigir el sonido hacia los oídos. Lo más interesante es que esta “parábola plumífera” amplifica las frecuencias medias, entre 3 y 6 kHz, justo donde el búho es más sensible y donde sus presas producen la mayoría de sus ruidos. Pura optimización biológica.


De noche, cuando la visión falla y el entorno se vuelve más silencioso, su audición brilla. Menos ruido ambiental significa menos enmascaramiento, y el búho aprovecha ese silencio para desplegar toda su capacidad de análisis espacial. Sin luz, sin distracciones y sin reverberación que valga, su oído crea un mapa sonoro milimétrico del terreno. En ese escenario, un pequeño roedor rascando bajo la nieve suena, para él, como un tambor en un estadio vacío.


En el fondo, el búho es una lección viva de ingeniería acústica. Su cabeza combina captación direccional, procesamiento de fase y nivel, y un sistema de análisis de transitorios más eficaz que cualquier plug-in. Sin convertidores, sin latencia y sin DSP.


Así que la próxima vez que ajustes un par de micros para una grabación estéreo o trabajes una escena binaural, piensa en él: un animal que domina los ITD y los ILD con la misma naturalidad con la que respira. El búho, ese técnico silencioso del aire de altísima precisión que ni el mejor sistema inmersivo podría igualar.

Juan Tarteso apoya este artículo

 
 

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