El eco que viaja por el espacio: cómo suenan (de verdad) los planetas
- Juanma de Casas

- 10 nov
- 2 Min. de lectura

El espacio, dicen, es silencio absoluto. Y en cierto modo lo es: el vacío no transmite sonido, porque el sonido necesita un medio para propagarse. Pero si esperas un cosmos callado, te vas a llevar una sorpresa. Aunque las ondas acústicas clásicas no puedan viajar por el vacío, el universo vibra, retumba y zumba de formas que, con un poco de ciencia y un mucho de curiosidad, podemos “escucharlo”.
La clave está en que no todo lo que suena necesita aire. En el espacio hay plasma, campos magnéticos, radiación y partículas cargadas que también oscilan, generan ondas y transmiten energía. Lo que hacen los científicos —y los diseñadores sonoros de la NASA, ESA y compañía— es convertir esas oscilaciones en sonido audible. Traducen frecuencias electromagnéticas o vibraciones de presión en el rango audible. Y el resultado es... sorprendente.
Por ejemplo, los registros del campo magnético de Júpiter suenan como un coro de sintetizadores analógicos en pleno trance. Saturno, con su anillo de partículas cargadas, genera un rumor etéreo, casi líquido. Y el viento solar, al interactuar con la magnetosfera terrestre, produce chirridos y pulsos que parecen sacados de una película de ciencia ficción. No hay cables ni altavoces ahí fuera, pero el universo tiene su propia playlist.
En 1977, las sondas Voyager 1 y 2 llevaron consigo el famoso Golden Record, una especie de cápsula sonora con saludos, músicas y sonidos de la Tierra. Lo curioso es que, mientras viajaban hacia el infinito, ellas mismas grababan los “sonidos” del cosmos: las ondas de plasma, las partículas energéticas y las emisiones de radio de los planetas. Esos datos, convertidos hoy en audio, revelan un universo nada silencioso, más bien lleno de texturas graves, pulsantes y, en algunos casos, perturbadoramente vivas.
La NASA ha publicado varias de estas “sonificaciones” —un término que suena a ciencia ficción pero es pura ingeniería acústica—, y escuchar, por ejemplo, el sonido del agujero negro de Perseo (sí, tiene “voz”) es una experiencia casi religiosa. Se trata de ondas de presión que, al traducirse al rango audible, suenan como un coro coral distorsionado a través del tiempo y el espacio.
Más allá de lo estético, estas sonificaciones son una herramienta científica muy potente. Permiten identificar patrones, anomalías y comportamientos en los datos espaciales que a veces son más fáciles de detectar con el oído que con la vista. Los astrofísicos, sin saberlo, están practicando algo muy parecido a la mezcla: ecualizan, filtran, realzan frecuencias y buscan matices ocultos.
Y claro, los diseñadores sonoros no tardaron en apropiarse del asunto. Desde ambientaciones cinematográficas hasta instalaciones artísticas, los “sonidos del cosmos” se han convertido en material de creación. Hay quien dice que el techno ya lo inventó Saturno. Y, siendo sinceros, después de oír sus grabaciones… no suena tan descabellado.
Así que, aunque el espacio no sea un lugar donde podamos gritar (ni oírnos), sí está lleno de vibraciones esperando a ser traducidas. Cada planeta, cada estrella, cada campo magnético tiene su timbre y su tempo. Y nosotros, curiosos habitantes de una roca sonora, apenas empezamos a afinar el oído.
El universo, al final, no es silencio. Es un estudio de grabación enorme, solo que sin paredes.
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