El infrasonido que nos protege: su uso para la prevención de fenómenos naturales y otros
- Juanma de Casas

- 10 nov
- 2 Min. de lectura

Hay sonidos que no oímos, pero que están ahí, viajando bajo nuestros pies y alrededor del planeta. Ondas tan lentas que escapan a nuestro oído, pero no a la Tierra. Son los infrasonidos: frecuencias por debajo de los 20 Hz que no activan nuestros tímpanos, aunque sí pueden estremecer una montaña entera. Y, curiosamente, esos sonidos fantasmas se están convirtiendo en una de las herramientas más prometedoras para anticipar desastres naturales.
El infrasonido es, por así decirlo, el susurro grave del planeta. Cada erupción volcánica, tormenta, avalancha o explosión libera una firma acústica que puede recorrer miles de kilómetros por la atmósfera sin apenas perder fuerza. A diferencia del sonido audible, que se disipa rápido, estas ondas viajan lejos, curvan la Tierra y regresan, casi como si hicieran eco entre el cielo y el suelo. Para los geofísicos, esto es oro puro: un sistema de alerta temprana que no depende de radares, cámaras o satélites, sino de escuchar (muy) atentamente lo que el planeta murmura.
Los primeros en fijarse en estos susurros fueron, curiosamente, militares. Durante la Guerra Fría, las estaciones de detección de infrasonidos se utilizaban para localizar pruebas nucleares secretas. Pero con el tiempo, esas mismas redes comenzaron a revelar algo mucho más interesante: patrones acústicos naturales. Por ejemplo, se descubrió que ciertos volcanes emiten un “zumbido infrasónico” horas antes de entrar en erupción. O que los tornados y tsunamis generan señales características que se pueden detectar a miles de kilómetros, ofreciendo valiosos minutos —o incluso horas— de ventaja para activar protocolos de emergencia.
Y no solo hablamos de prevención. Los infrasonidos tienen también usos científicos y hasta curiosos. Algunos investigadores los emplean para estudiar el comportamiento de glaciares que crujen y se desplazan, o para analizar meteoritos que atraviesan la atmósfera con rugidos que ningún oído humano podría registrar. Incluso hay proyectos que usan infrasonidos para monitorear la salud estructural de edificios y puentes, detectando vibraciones inaudibles que podrían anticipar fallos o colapsos.
Claro que el infrasonido no siempre es nuestro amigo. En ciertos contextos industriales o arquitectónicos, puede generar molestias sutiles: sensación de ansiedad, mareo, o esa incómoda “presión en el pecho” que a veces sentimos en lugares cerrados con ventilación potente o maquinaria pesada. No lo oímos, pero nuestro cuerpo sí lo siente, y no siempre con agrado.
Resulta irónico que algo tan grave (literalmente) pueda salvarnos la vida. En un mundo obsesionado con los sonidos cada vez más nítidos, limpios y envolventes, hay toda una dimensión sonora que pasa desapercibida y, sin embargo, custodia nuestro bienestar. El infrasonido es el bajo profundo del planeta, el que no se escucha pero siempre está sonando.
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