top of page

El sonido más limpio y valioso: el uso del ultrasonido para la limpieza de joyas y otros

  • Foto del escritor: Juanma de Casas
    Juanma de Casas
  • 10 nov
  • 3 Min. de lectura
Joya limpiándose con ondas de sonido

Hay sonidos que acarician, otros que emocionan… y algunos que, simplemente, limpian. No, no hablamos de esa sensación de “purificación” tras escuchar un vinilo recién masterizado en alta resolución, sino de algo mucho más literal: el ultrasonido, ese héroe inaudible que deja los diamantes más brillantes que una mezcla con headroom perfecto.


El principio es casi poético: usar el sonido para limpiar. Pero no cualquier sonido, claro. Hablamos de frecuencias por encima del rango audible humano, más allá de los 20 kHz. Estas ondas, cuando se aplican a un líquido (generalmente agua con un poco de detergente), provocan un fenómeno fascinante llamado cavitación.


Imagina millones de microburbujas formándose y colapsando a toda velocidad, como una orquesta de explosiones microscópicas. Cada una genera un minúsculo chorro de energía que arranca partículas de suciedad de las superficies más inaccesibles. El resultado: una joya que reluce, un reloj que vuelve a brillar o un cabezal de impresora que revive de entre los muertos. Todo gracias al poder invisible del sonido.


Lo curioso es que, aunque su uso doméstico más conocido sea el de limpiar joyas o gafas, el ultrasonido está presente en infinidad de campos. En medicina, por ejemplo, no solo sirve para revelar lo que ocurre dentro del cuerpo sin abrirlo (el clásico “a ver si escuchamos el corazón del bebé”), sino que también se usa para limpiar instrumental quirúrgico con una precisión imposible de lograr a mano. En la industria, limpia piezas metálicas, sensores o componentes electrónicos sin dañarlos. Y en ciencia, incluso se emplea para emulsionar líquidos o acelerar reacciones químicas. Todo, sin un solo trapo ni gota de disolvente.


Desde el punto de vista físico, el proceso es una danza de energía y precisión. La cavitación se produce cuando la presión negativa generada por las ondas ultrasónicas supera la tensión superficial del líquido. Las burbujas resultantes crecen, vibran y colapsan violentamente, generando ondas de choque locales que arrancan impurezas a nivel microscópico. Dicho de otro modo: el sonido, en lugar de propagarse para que lo escuchemos, se convierte aquí en una herramienta mecánica que trabaja en silencio.


Y hay algo deliciosamente irónico en todo esto: el sonido más eficaz del proceso es aquel que nadie puede oír. Por cierto, si alguna vez te acercas demasiado a una de estas cubetas ultrasónicas en funcionamiento, puede que notes un zumbido agudo, más una vibración que un sonido real. Eso no son las joyas gritando de placer —aunque lo parezca—, sino las ondas ultrasónicas interfiriendo con el aire y generando armónicos audibles. Una especie de “glitch sonoro” nacido de un proceso que, en esencia, opera fuera de nuestro espectro auditivo.


El ultrasonido demuestra que el sonido no solo se escucha: también se siente, se usa y se aprovecha. Es la herramienta invisible que limpia, corta, mide, cura y hasta rompe moléculas. Así que la próxima vez que alguien te diga que el sonido “no se toca”, recuérdale que, en realidad, puede dejar una joya más reluciente que el propio silencio.


¿El sonido más limpio? Literalmente. Y también, probablemente, el más caro por minuto de uso. Porque, al fin y al cabo, detrás de cada diamante reluciente, hay un concierto de burbujas ultrasónicas tocando en frecuencias que ningún oído humano podrá aplaudir.

Juan Tarteso apoya este artículo

 
 

Suscríbete a nuestra newsletter

  • LinkedIn
bottom of page