El zumbido del planeta: los sonidos naturales más profundos y constantes de la Tierra
- Juanma de Casas

- 10 nov
- 2 Min. de lectura

Los temblores sísmicos, el murmullo del océano y el llamado “hum” global nunca cesan. La Tierra canta. Muy despacio, muy grave y sin pausa. No hablamos de volcanes rugiendo ni de océanos golpeando, sino de un sonido continuo, profundo y casi imperceptible que recorre el planeta entero: el “hum” terrestre, el zumbido global. Está ahí, vibrando bajo nuestros pies día y noche, una especie de bajo cósmico que la Tierra interpreta sin partitura desde que existe atmósfera.
El descubrimiento del hum no es nuevo, aunque su comprensión ha evolucionado mucho. A finales del siglo XIX, algunos sismógrafos ya registraban temblores persistentes que no se asociaban a terremotos. Durante décadas se pensó que eran errores de medición o ruido ambiental. Pero en los años 90, los geofísicos confirmaron lo que hoy sabemos: la Tierra vibra constantemente, incluso cuando no pasa “nada”.
Estas vibraciones tienen frecuencias bajísimas —entre 2 y 7 milihertz, es decir, miles de veces por debajo del rango audible humano— y son generadas principalmente por la interacción del viento, las olas y el fondo oceánico. En otras palabras, el océano empuja el suelo, el suelo responde, y el planeta entero entra en resonancia. Es un diálogo incesante entre aire, agua y roca: el ritmo vital de la geosfera.
Aunque inaudible para nosotros, este zumbido se puede escuchar si se acelera su velocidad o se traduce a frecuencias audibles. Lo que emerge es un sonido hipnótico, casi electrónico: un pulso grave, denso, envolvente… algo que bien podría confundirse con un drone experimental. No es raro que algunos artistas sonoros hayan convertido estos registros en piezas musicales. Al fin y al cabo, ¿quién no querría mezclar con la Tierra como colaboradora?
Más allá de lo artístico, el hum tiene un valor científico enorme. Permite a los sismólogos estudiar el interior del planeta sin necesidad de terremotos. Analizando la propagación de estas ondas naturales, pueden mapear estructuras profundas, detectar cambios en la corteza o incluso estimar el impacto del cambio climático en el océano. Es, literalmente, una tomografía acústica del planeta hecha con su propio sonido.
Curiosamente, no todo el mundo se refiere al hum de manera científica. En distintas partes del mundo —Taos, Bristol, Windsor— hay personas que aseguran oír un zumbido constante, una especie de motor lejano que nunca cesa. Algunos lo atribuyen a maquinaria industrial, otros a fenómenos atmosféricos, y los más imaginativos… a experimentos secretos o señales extraterrestres. En cualquier caso, la ciencia no ha encontrado una causa universal, pero sí una coincidencia: el cerebro humano, cuando quiere, también inventa su propio hum.
Aun así, la idea de un planeta que nunca deja de sonar es profundamente poética. Mientras dormimos, mientras viajamos, mientras mezclamos un tema en el estudio, la Tierra sigue vibrando, como si llevara un metrónomo interno. No hay silencio absoluto, ni siquiera bajo el suelo.
La próxima vez que sientas el temblor leve de un tren, el rugido lejano del viento o ese rumor grave del océano, piensa que forman parte de una sinfonía mucho más grande: la de un planeta que respira en frecuencias que apenas comprendemos.
Y lo mejor es que no necesita oyentes. Su zumbido seguirá ahí mucho después de que todos los amplificadores se apaguen.
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