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Ventosidades en Sol
: cuando el cuerpo se convierte en un instrumento de viento

  • Foto del escritor: Juanma de Casas
    Juanma de Casas
  • 10 nov
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 11 nov

Dos personas con instrumento de viento interno

Hay fenómenos acústicos que nos dejan sin palabras por su belleza, y otros que nos dejan sin aire por... otras razones. Entre los segundos, destaca el pedo: un clásico universal, biológicamente inevitable y, si uno lo analiza con oído técnico, sorprendentemente musical. Sí, musical. Porque aunque cueste admitirlo en público, un pedo no es más que una emisión sonora regida por las mismas leyes físicas que un clarinete, un fagot o una tuba.


Lo primero que hay que entender es que el cuerpo, en su infinita sabiduría, está lleno de resonadores. La cavidad bucal produce fonemas, la caja torácica modula armónicos vocales y, en el extremo opuesto del sistema, el esfínter anal actúa como una lengüeta viva. Cuando el gas intestinal, fruto de la fermentación bacteriana, decide que ha llegado su hora de salir a escena, se encuentra con ese anillo muscular y lo hace vibrar. Resultado: un sonido perfectamente físico, perfectamente modelizable… y, con suerte, discretamente amortiguado por el entorno.


Desde un punto de vista acústico, el pedo es una onda sonora generada por presión y vibración. El tono depende de tres factores clave: la presión del gas, la tensión del esfínter y la geometría del canal de salida (no entraremos en más detalle por respeto a la acústica arquitectónica). A mayor tensión, mayor frecuencia: el clásico principio que rige desde las cuerdas de una guitarra hasta la embocadura de una trompeta.


Los análisis espectrales realizados en estudios médicos han identificado frecuencias fundamentales que oscilan entre 100 y 400 Hz, con armónicos que pueden llegar a 800 Hz. Dicho de otra forma: entre un Sol2 y un Sol4. De ahí el título de este artículo. No es una licencia poética, es un dato técnico. Si alguna vez lo medimos con un analizador de espectro, podría comprobarse que el cuerpo humano —sin intención alguna— produce notas en rango musical perfectamente identificables.


En términos tímbricos, hablamos de una fuente ruidosa con un contenido armónico irregular y una envolvente de ataque rápido y decaimiento abrupto. Algo entre un plop amortiguado y un brp explosivo. Si el flujo del gas es laminar, el resultado será un sonido suave y sostenido; si es turbulento, aparecerán microestallidos y modulación aleatoria. Un fenómeno aerodinámico, no muy diferente del de una flauta dulce tocada con exceso de entusiasmo.


Hay incluso estudios que han intentado correlacionar la “firma sonora” de las flatulencias con la fisiología de cada individuo. Y sí: parece que cada persona tiene un espectro característico, un timbre propio, una especie de huella acústica. No es descabellado pensar que un analizador FFT podría, en teoría, reconocer a alguien por su “tono natural de descarga”.


Lo más fascinante, sin embargo, es la precisión con la que el cuerpo regula la presión antes de liberar el gas. Si no existiera ese pequeño mecanismo de control, el intestino funcionaría como un compresor sin threshold  con distorsión garantizada. Pero no. La fisiología hace su trabajo y el resultado, aunque poco elegante, es un ejemplo impecable de gestión de flujo y resonancia.


Así que la próxima vez que escuches un “evento acústico involuntario”, recuerda que estás presenciando —o protagonizando— una demostración natural de acústica aplicada. Un ejercicio de presión, vibración y timbre digno de cualquier laboratorio de sonido.Y aunque el repertorio no se grabe ni se masterice, el hecho es irrefutable:el cuerpo humano, a su manera, también interpreta en Sol.


Juan Tarteso apoya este artículo

 
 

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